Es importante entonces que estés abierto/a a poner en contradicción y tensión el mundo de ideas, prácticas y nociones que traes y lo pongas en diálogo con el pensamiento científico.
Este tipo de pensamiento no es “algo” (como si se pudiera tocar o acceder a través de una transacción: “profesor: déme dos kilos de pensamiento científico” ¡no!) tampoco es inabordable, es simplemente un modo de mirar el mundo que no se queda con “la primera que le venden”, sino que se mete de lleno y profundiza en los qué, cómo, en los por qué y para qué de la sociedad en la que estamos inmersos. Estas miradas científicas no están exentas de
juegos de poder y validación.
Por eso no pensamos que el conocimiento científico es “mejor” o “más” elevado que el conocimiento vulgar sino que es diferente. Socialmente estas distinciones tienen que ver con posiciones como las Positivistas del siglo 18 (que aún perduran y calan muy hondo en nuestros pensamiento), que construyeron a las ciencias a lo largo de la historia como estadíos superiores del desarrollo humano. Como si “progresáramos” al pasar del pensamiento vulgar al pensamiento científico. Pero en realidad en nosotros mismos todo el tiempo conviven ambas explicaciones de la realidad y somos nosotros en nuestras relaciones, en la facu, el club, los congresos, la plaza, el bar, etc. los responsables de poner en juego estos conocimientos, reconocer, y si es necesario dirimir su disputa.
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